Ciertamente, después de 20 años de servicio, ahora sobran. Uno de los problemas crónicos de la Administración pública española es la cuestión de los interinos. Y, como suele ser habitual, en lugar de remedios, nuestra administración ofrece remiendos. Se trata de un problema con muchas facetas y aristas; algunas de ellos son:
-La sobrerrepresentación: el porcentaje de interinos se ha mantenido siempre notoriamente por encima de las recomendaciones de la UE. Por diversos motivos (sin descartar la imprevisión y la incompetencia):
−El ahorro económico (los docentes interinos salen más baratos que los funcionarios);
−El sostenimiento de redes clientelares (un alto número de interinos garantiza cubrir las plazas de las ingentes y opacas comisiones de servicio y otras excedencias) y
−La inestabilidad laboral y la dependencia de los vaivenes políticos a que están sometidos los interinos los convierten en un colectivo más fácilmente instrumentalizable que el de los funcionarios.
En este sentido, los gobiernos llevan décadas jugando con la oferta de plazas (años de vacas gordas alternando con años de vacas flacas), según sus particularísimos intereses electorales.
El trato desigual al que son sometidos los interinos: bajo la divisa del “divide y vencerás” y con el horizonte de mantener la servidumbre clientelar, la administración ha clasificado a los interinos según pactos de estabilidad (para los denominados interinos patanegra) y “discriminaciones positivas” (para aquellos con mayor antigüedad), pero interinos al fin, es decir el día que resuelvan su plaza, se va a casa con una mano delante y otra atrás.
El corporativismo amnésico de muchos funcionarios que, una vez alcanzados sus intereses particulares, se olvidan de aquellos que ahora padecen la situación que ellos dejaron atrás, es una traba más. Es la amnesia histórica de quienes, desde el principio, se despreocupan del interés general para atender en exclusiva a sus asuntos particulares.
Ante esta irresponsabilidad institucionalizada, la cuasi totalidad de los sindicatos opta por la solución (tan española) del “café para todos”, y negociar con el poder mejoras y beneficios a costa de los más débiles, aunque sean más.
Gran idea, estaré al tanto de lo que hacéis